sábado, 24 de diciembre de 2011

ARCADIA DEL MAR (VI).

La tierra abraza al mar.
Abandonar la melancolía en el fondo de las aguas.
Olvidar.

Agua, sal, espuma. Cantil, árbol.
Aprehendo, me aprehende. Espejo de ser.

Confín evidente, dimensión crepuscular.
Al otro lado, llegada la noche, existe una muralla de estrellas.

Escalera al cielo, escalera a la profundidad, escalera.
Noche absoluta; espabila los ojos del día.

Blanca cal, ventana, fanal de celda, unción.
 Alma, guarida de días fieros. Indolentes prejuicios, vestíbulo de caverna.
Afuera, tormenta gélida. Adentro, la hoguera.

Fósil de arena y agua de mar, sólido y líquido, un pensar.
Tapiz azuleo de raso, de seda, de mármol, de mar.

Los días, crisol de vida, oro líquido, poética existencia.
Brisa otoñal mediterránea que acaricia el lóbulo de las orejas.

Las subpartículas por qué eligen un núcleo y no otro.
Por qué me llega este pensamiento y no otro.
Acaso la materia original la mece el viento otoñal,
la balancea una azarosa corriente, sin intención, sin deseo...

Provengo de una intención, mi madre deseaba un hijo,
más allá de esa voluntad, no sé por qué existo.
Fue una intención ajena a mi, al menos, no recuerdo cuando quise ser.
Ahora, las voluntades propias y ajenas me hacen como soy.

El conocimiento progresivo es la fusión de horizontes,
el ajeno histórico y el propio causal.

Llamar a un pueblo feliz es una falacia, una utopía.
La felicidad es una voluntad persistente.

Ya llega la hora de no enfrentarse con el prójimo,
sino con el destino.

Mi ser y estar son las propiedades más preciadas
y las defenderé hasta la muerte.

Poemario: Arcadia del mar. 2011.

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