sábado, 13 de diciembre de 2025

Barcas hacia el origen.

Estos navíos que no tienen quilla ni mástil, barcos de solo sombra, cargados de silencio y de la arena que sobró en los bolsillos del ahogado. Son la materia incorruptible del olvido, las raíces al revés que buscan la luz donde el sol es todavía una promesa sin forma, anterior al cuerpo.

Suben lentas, desgajadas de un océano horizontal y de hombres que aman con la respiración corta de la materia; ellas portan el eco de las palabras que nunca supimos decirnos, la sed intacta de los que se durmieron mirando el mismo muro. Mira sus velas, no son de lino: son de una espuma que ya es astro, de una piel que se ha confundido con el aire frío de las altas esferas.

Cada barca es una cicatriz luminosa, un corazón que se desprende de la carne para ser únicamente pulso, rumor que asciende. No llevan marineros, sino la memoria compartida del deseo, esa inmensa prisa por ser fondo, por ser uno con el metal oscuro de la noche.

Cuando llegan, el cielo no es azul ni promesa, sino una inmensa boca abierta, una fusión sin bordes donde el límite de la madera se quiebra, donde el nombre de la barca se disuelve en el rumor primero. Son un millón de astillas de amor volando hacia el cristal del origen, hasta hacerse raíz final, estrella húmeda en el silencio de Dios.

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