sábado, 13 de diciembre de 2025

El único círculo.

Nadie ha visto la existencia, solo el peso del aire contra el rostro que camina. Somos arcilla en manos de la duda, un recipiente roto que no olvida el cauce del torrente. Y el alma: esa moneda antigua, siempre en curso, que nadie cambia, solo se desgasta. Ella es el pozo donde el mundo se refleja y de tanto mirarse, sufre, canta y basta.

El dolor no es herida; es una forma, la geometría íntima que nos define, el ángulo exacto que la luz declina. Y tú lo cargas, no como una norma, sino como la fruta que madura en una rama expuesta a la neblina.

¿Y la locura? No es el grito ajeno. Es la súbita certeza de que todo lo que has nombrado es falso y es apenas el frágil biombo de tu propio modo de no ver lo tremendo. Ella es el mensajero que se quita el manto, el Ángel que te arroja su corona. Y tú te quedas solo, en ese espanto de que la rosa sea solo una peona en el tablero mudo del infinito llanto.

Es el intento de habitar la grieta entre el Sí y el No, sin anclaje ni red. El pulso que se mide contra el cometa, el corazón que bebe más de lo que sed le permite, y revienta.

Mas la Muerte es el centro, el último oficio. No es el final; es la intensa madurez que todo lo vivido exige en sacrificio. Ella ordena el desorden, con su palidez de estatua, y nos devuelve a lo que siempre fuimos: el silencio. Como el poeta que al fin halla el vocablo que deshace la estrofa, y en el vencimiento de la forma, descubre lo innombrable.

Morir es solo entrar en otra puerta, la que no tiene cerrojo ni bisagra. Ser una cosa mirando a su cosa muerta, y en esa pura entrega, limpia y magra, ser al fin, uno en la vasta noche despierta.

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