Oh, mar, destrucción o amor, lágrima vasta que no nombra. Tu pecho es el olvido, la sustancia sin borde donde el tiempo solo es espuma blanca sobre un silencio azul que no termina. Se extiende el horizonte como una herida dulce, como un labio que no puede besar porque ya es todo, porque es la ausencia de la forma que fuimos, el regreso sin nombre.
Aquí las algas, cabello sumergido de la eterna durmiente, son la memoria fría, el tacto ciego que nos llama. Se confunde la sangre, lenta y roja, con el coral dormido, y un cuerpo de hombre, mínima sal en la inmensidad, se disuelve en la luz que nunca vio, en la tiniebla clara.
No hay anécdota aquí, no hay el cuchillo breve del recuerdo. Solo el gran oleaje, seno cóncavo y redondo que devuelve el suspiro primero, el fulgor inicial que fuimos. La roca es un dios roto, piedra que aspira el beso de la ola, y el hombre, solo un fósforo encendido bajo el agua, que al apagarse existe más que nunca, fusión con el abismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario