viernes, 12 de diciembre de 2025

El cenit vacío.

El cielo, una ostra pálida y sin perla,

se extiende sobre el tedio de la tierra.

Un azul deslavado, sin querella,

donde el sol es recuerdo, no una guerra.
Las nubes, trapos grises, vagan lentas,
sin forma definida, sin destino.
Un aire enrarecido, sin tormentas,
suspende el tiempo en un sopor mohíno.
Y abajo, el polvo, la baldía espera,
los muros desmoronados, la osamenta
de un mundo que en silencio desespera,
aguardando la sombra, la tormenta
final. La muerte, con sus dedos fríos,
recorre las estancias olvidadas,
los ecos de los llantos, los vacíos
de vidas que fueron malgastadas.
No hay promesa de aurora, ni consuelo,
solo este cielo hueco, indiferente,
testigo mudo del eterno duelo,
de la existencia inútil, indolente.
El tiempo, un río estancado y oscuro,
arrastra los fragmentos del pasado,
un sabor a ceniza, impuro,
de un futuro ya siempre clausurado.
Así, bajo la bóveda vacía,
la muerte danza un vals espectral,
mientras la última sombra, fría,
cubre la pena, el tedio mortal.


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