jueves, 31 de marzo de 2011

Belleza sin fin...

Las églogas del mar, a veces suelen cambiar, el quehacer de los demás, en un mundo donde la sal, se mece por eso del qué dirán, aunque no se conozca, aunque sea allá, donde el entorno no vitupera la querella, ahora que el agua es buena. Se eleva el aire con suave fuerza, el verano se ennoblece con el solsticio, la fibra vegetal es el espíritu meridional, en un día donde por suerte la fécula abastece , todos los lamentos siguen su camino, a la vez que sólo una alegría, penetra la luz hipodérmica. Bisagras ensangrentadas de severo desprecio, por las cuales nadie es capaz de disolver alegría, señera volátil del miedo a estar en una escucha muda, con fértiles donaires de sinceros parámetros, y naturalezas sin fin en el crono del tiempo. Metamorfosis anonadadas de estandarte febril, cruces bestiales de estigma, iris onomatopéyicos de eso siempre ello, ahí donde como dijo un cantautor, cuanto más miro más lejos estoy. Espumas de arrecife en la lontananza, divulgación de colores de síntesis determinada, cuajo concluyente bajo eclipse sobre mi espacio. No veo. Año 1994.

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